Y así, entre paisajes oníricos, aparentemente sin sentido ni
lógica, pero con fundamentos escondidos en las entrañas de quien sueña, te puse
un rostro y un cuerpo. De forma aleatoria e involuntaria, pero rostro y cuerpo
al fin. Nunca ví tu rostro y cuerpo reales, tan sólo imágenes que representan
tu interior, quizás, o simplemente imágenes al azar? No lo sé: Un libro abierto
de par en par, cubriendo una cabeza estallando en sangre, rostros dibujados en
grafito por quién sabe quién, alguna escena de una película de culto, etc. Pero
tu rostro, íntegro y nítido, jamás.
Y situé a ese rostro, con su respectivo cuerpo, en un
escenario que no pudo estar mejor escogido por mi inconsciente: una sala de
cine. De esas antiguas, gigantescas e imponentes, con asientos de cuero, olor
añejo, posa brazos con ceniceros hechos de bronce, grandes cortinajes de
terciopelo, o quizás algún simil un poco menos costoso, raído en algunas partes
pero que, amparado en la magia de la oscuridad del cine, conserva intacta su
majestuosidad y elegancia. La película?
No la recuerdo bien. Seguramente, por el recuerdo borroso de la fotografía, era
alguna sofisticada película de cine arte en blanco y negro, algo de Bergman,
seguramente, o de Goddard. Da lo mismo. El caso es que su brillo blanquecino-
plata iluminaba de forma sugerente y sutil aquel rostro inventado por mi yo
onírico.
No recuerdo cómo fue que llegué a esa sala de cine ni por
qué. Sólo sé que caminé con parsimonia por el pasillo central, y como guiada
por una fuerza gravitacional lujuriosa, me metí por una fila de asientos y me
senté a tu lado. Te miré, me miraste, abriste tu boca mostrando una tremenda
sonrisa poblada de hermosos dientes blancos, y sin decir niuna palabra me
tomaste de la mano y me acercaste hacia ti. De pronto, como por arte de esa
magia que sólo sucede en sueños, nos encontramos solos en la sala, iluminados
aún por el reflejo blanquecino-plata, yo sobre ti y tu y yo deshaciéndonos de
la ropa en aquellas partes que necesitábamos rozar y besar de manera
desenfrenada. Hundiste tu cara en mi pecho, casi como si quisieras comerte mi
carne (“como perro al bofe”, diría mi abuelo…), mientras yo te montaba
desenfrenadamente, al ritmo del ruido de fondo, que pasó de diálogos a una
música hipnotizante y candente, como orquestación perfecta para ese momento de
lujuria sin sentido y sin lógica, pero atiborrado de sensaciones magnificadas,
algo así como un regalo otorgado por el rey de los sueños para mí.
Hay algo mejor y más intenso que el sexo en sueños??
Luego, todo comenzó a diluirse, y la sala lentamente se
transformó en otra cosa, en otro escenario, con otras personas y otras
sensaciones que a decir verdad, olvidé inmediatamente al despertar.
De todas las mierdas que soñé esa noche sólo recuerdo de
manera vívida aquel encuentro desenfrenado y sin motivo. Y sin querer, cuando
te veo conectado de tanto en tanto, me sonrojo y rememoro las imágenes. Y
recuerdo ese rostro, aquel magnetismo y esa destreza sexual sin límites que mi
inconsciente te otorgó, y secretamente deseo jamás concerte, oir tu voz ni ver
tu rostro, y poder conservar para siempre así aquel momento sin tiempo, ese
encuentro sin motivo ni lógica alguna, sin más razón alguna que la calentura
súbita por aquél desconocido sin rostro del chat.
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